Ni tú ni yo Somos los Mismos
El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano, así es como desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Desvadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo. Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Desvadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Desvadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios. Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Desdavatta preguntó:
-¿No estás enfadado, señor?
-No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
-¿Por qué?
Y el Buda dijo:
-Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.
«Solo por sentarte como un Buda no te vas a transformar en un Buda. Te puedes forzar, pero la flama espontánea no va a surgir de esa manera. Así que trata de ser tú mismo, no trates de ser un Buda». —Rinzai.
Cuando pensamos en los problemas que trae el apego, rápidamente imaginamos el apego a las cosas materiales o a nuestras relaciones con personas significativas. Sin embargo, un tipo de apego que produce aún más sufrimiento a nivel relacional y global es el apego a las ideologías. En nombre de las ideologías políticas, religiosas y económicas se declaran guerras (incluidas las guerras santas); se crean armas de destrucción masiva; se deshumaniza a las personas; se destruyen países y culturas; se pone en riesgo el equilibrio ecológico del planeta; se clasifican los seres humanos como amigos y enemigos, etcétera. Las ideologías estrechan nuestra conciencia según los márgenes preestablecidos de una doctrina específica, imponiendo un filtro que nos separa de la realidad inmediata.
El riesgo de apegarnos a ideologías es a veces silencioso y difícil de advertir. A menudo sucede que creemos que nos hemos liberado de las ideologías, cuando en realidad lo que hemos hecho es cambiar una ideología por otra. Esto es bastante común entre quienes hemos crecido en un contexto cultural con una religión tradicional y, estando insatisfechos con las respuestas tradicionales a nuestras preguntas vitales, hemos explorado otras tradiciones espirituales. A veces esta exploración conduce a una verdadera apertura hacia nuevas perspectivas sobre la vida y hacia una profunda transformación de nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Otras veces, esta exploración conduce a un cambio más bien superficial, donde lo que cambia es la forma de hablar, de vestirse, de peinarse o de rezar, mientras que el nivel de conciencia, la reactividad emocional, las obsesiones personales y las relaciones con los demás, permanecen a un mismo nivel que antes. Cambiamos una ideología por otra.
Recuerdo una ocasión en que, practicando la meditación caminando en un retiro con Thich Nhat Hanh, de pronto el maestro dijo al grupo: «No trates de ser un buda; sé un buda». Estas palabras me han quedado resonando hasta ahora. «Tratar de ser un buda» implica hacer un esfuerzo por imitar y replicar en el propio cuerpo y mente la imagen que uno tiene de lo que es un buda. Podía observar esta tendencia en mí mismo y en algunos de mis compañeros de práctica: tratar de ser un buda nos transformaba en caricaturas de un buda, caminando lento, hablando suave, con un cierto halo de rectitud y bondad. Sin embargo, todo esto nos dice poco acerca del estado de conciencia, de la capacidad de presencia, autenticidad e integridad de una persona. En cambio, «ser un buda» literalmente significa despertar, lo cual no tiene que ver con parecerse externamente al personaje histórico Siddharta Gautama, tal como despertar al «Cristo interior» no tiene nada que ver con mimetizarse con Jesús de Nazaret. El despertar es siempre desde la propia experiencia, desde el propio cuerpo, la propia mente y el propio corazón. Por eso la verdadera espiritualidad es siempre fresca y nueva, nunca una simple repetición mecánica de algo preestablecido.
Práctica
En un momento en que tengas un espacio de tranquilidad, reflexiona acerca de las creencias, de los puntos de vista e ideologías que pueden estar influyendo en la manera en que percibes el mundo y a los demás. Las ideologías muchas veces se manifiestan en nuestra mente como prejuicios, los cuales son juicios automáticos que realizamos consciente o inconscientemente sobre personas o grupos de personas que percibimos como distintas (en general, inferiores) a nosotros. Esta semana, cuando notes que surjan en tu mente o en tus actitudes juicios automáticos sobre personas que en realidad no conoces bien, pregúntate con curiosidad: ¿de dónde viene este juicio? ¿Qué ideología está detrás de esta manera de ver a tal persona? Una observación honesta y detallada debería llevarnos a observar que muy probablemente haya en nuestra conciencia semillas de racismo, sexismo, clasismo, elitismo, etnocentrismo, nacionalismo y otros varios «ismos» más. No te desanimes, sino que, al contrario, alégrate ya que al ser consciente de las ideologías implícitas podemos verlas con más objetividad, sin identificarnos con ellas.
En el ámbito de la espiritualidad es también válido preguntarse por las propias creencias y por cómo nos relacionamos con ellas. ¿Me ayudan mis creencias a desarrollar mi mente y mi corazón, conduciéndome a una actitud más amorosa y tolerante con los demás? ¿Respondo con curiosidad y apertura o con enojo cuando alguien expresa creencias distintas a las mías? ¿Son mis creencias un apoyo a mi experiencia directa de la espiritualidad en mi vida, o más bien son un sustituto de la experiencia directa? ¿Están mis puntos de vista y mis creencias religiosas y espirituales al servicio de reforzar mi ego o de trascenderlo?
Cristo y el Buda (y muchos otros maestros y maestras) han enseñado un mensaje universal de amor y unidad. En vez de quedarnos pegados adorando el dedo que apunta a la luna y perdiendo el tiempo en luchas entre distintos «dedismos», mejor miremos directamente a la luna y practiquemos el camino del despertar. Ya no hay tiempo para el odio.
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